lunes, 23 de febrero de 2015

La concepción del cuerpo en la Edad Media.

En este texto habla sobre dos grandes pensadores de la Edad Media y las diferentes concepciones del cuerpo que cada uno tenia. Mientras que Agustin de Hipona concebía al cuerpo por la unión de dos realidades distintas; cuerpo y alma. Tomas de Aquino tiene una concepción unitaria del cuerpo humano, estas ideas se convertirán en la idea central de la antropología cristiana. Os dejo la dirección donde he encontrado este texto. ( Corcho Orrit R. y Corcho Asenjo A. Filosofía y Ciudadanía. Bachillerato. Editorial Bruño. Madrid. 2008).

Los pensadores cristianos medievales pretendieron que los temas referidos a la fe se trataran por medio de la razón y consideraron que la filosofía debía estar al servicio de la teología. El cristianismo adoptó muchas ideas filosóficas de la Antigüedad.
Platón y Aristóteles tuvieron una gran influencia en los pensadores cristianos de la época. A pesar de que el cristianismo rechaza cualquier concepción dualista o monista del ser humano, las ideas platónicas perduraron, sobre todo entre las capas populares de la sociedad cristiana. Su difusión puede atribuirse al hecho de que Agustín de Hipona intentó adaptar al cristianismo la teoría platónica sobre el alma, pero, sobre todo, se debe al carácter ascético, de lucha interior, que esta irradia y que es fácilmente asimilable por la ética cristiana. Aristóteles, por su lado, tuvo una gran influencia en Tomás de Aquino.

1. Agustín de Hipona.

Las concepciones filosóficas de Agustín de Hipona están muy influidas por las ideas de Platón; sin embargo, entre ambos autores se observan algunas diferencias.
Para Agustín de Hipona, igual que para Platón, el ser humano está formado por la unión de dos realidades distintas, cuerpo y alma. El cuerpo constituye la parte inferior y física; el alma, la superior. Es en esta donde se encuentran las facultades superiores, como el intelecto. Gracias al alma, el ser humano se aproxima a la divinidad.

*El cuerpo. Es finito y mortal, pero, a diferencia de Platón, Agustín de Hipona no lo entiende como una prisión del alma. Lo entiende como un instrumento que el alma puede utilizar de un modo correcto, para acercarse a Dios, o incorrecto, como instrumento de pecado.

*El alma humana. Es inmortal e imagen de Dios, un reflejo de la Trinidad cristiana: la inteligencia humana es el equivalente al Padre; el conocimiento que la inteligencia tiene de sí mismo es el Hijo y, por último, de esta relación nace el amor, que es el Espíritu Santo. El amor es lo que impulsa el alma.









2. Tomás de Aquino.

Tomás de Aquino tiene una concepción unitaria del ser humano que se fundamenta en Aristóteles. El ser humano es un ser unitario, compuesto de cuerpo y alma, en el que alma y cuerpo se unen de forma sustancial. El alma humana es racional e inmortal y, separada del cuerpo, mantiene sus funciones propias, unas por entero, y otras, solo de forma potencial.
Esta concepción unitaria más allá del dualismo y del monismo, forma parte de la tradición cristiana y es una de las ideas centrales de la antropología cristiana. El Concilio Vaticano II (1962-1965) lo subraya afirmando que "en la unidad de cuerpo y alma, el hombre, por su misma condición corporal, es una síntesis del universo material".




Concepciones del Cuerpo Humano.

En el tema 1 de la asignatura hemos estudiado las diferentes  concepciones del cuerpo humano y en relación a los conceptos que hemos visto he encontrado un texto que trata sobre como la estimación del cuerpo ha experimentado cambios en la historia de la cultura popular. Este texto esta escrito por Pedro Laín Entralgo y lo he sacado de la biblioteca virtual Miguel de Cervantes. Se titula “ El cuerpo humano: Oriente y Grecia antigua”.
 Trata sobre las diferentes concepciones del cuerpo a través de la cultura popular, en el pensamiento medico, en el pensamiento no medico, en la literatura, en las artes plásticas y en la religión.

El cuerpo humano y la cultura


A comienzos de nuestro siglo fue tópica en la filosofía alemana la contraposición entre «naturaleza» (el conjunto de las realidades no humanas) y «cultura» (la suma de las actividades y las obras cuyo autor es el hombre). Éste, el hombre, vendría a ser el híbrido de un «ente natural» y un «ente cultural»; concepción a la que daba expreso o tácito fundamento la dual ordenación kantiana del conocimiento en una crítica de la razón pura y una crítica de la razón práctica. Con distintos nombres según los autores («ciencias de la naturaleza» y «ciencias del espíritu» en Dilthey, «ciencias nomotéticas» y «ciencias idiotéticas» en Windelband, «ciencias naturales» y «ciencias culturales» en Rickert), tal fue con frecuencia el criterio básico para clasificar las múltiples ciencias en que se diversifica la actividad cognoscitiva del hombre.
Tal contraposición no es admisible. El conocimiento de los entes naturales -un astro, una roca, una planta, un animal- pertenece a la cultura, y de ésta recibe sentido y configuración. Al margen de su respectiva validez objetiva, la concepción creacionista y la concepción evolucionista del origen de las especies pertenecen a dos distintas formas de la cultura. Por otra parte, el total conocimiento de los entes culturales -una institución, una novela, una escultura- exige tener en cuenta lo que acerca de su realidad física dicen las ciencias de la naturaleza. Una institución para regular el comercio de la sal común no podría ser satisfactoriamente conocida sin saber lo que la sal común es en sí misma y en la dieta del hombre. Una escultura es, por supuesto, un hecho de cultura, una creación humana, mas también una pieza de mármol, una realidad natural cuyas propiedades permiten que la escultura sea lo que culturalmente es. Y en la realidad y la actividad del hombre se funden unitariamente, no por yuxtaposición, lo que en ellas es «naturaleza» (actividades digestiva, muscular, cerebral, etc.) y lo que es «cultura» (el hecho de pertenecer el hombre a una determinada situación histórica y social).
Muy claramente lo muestran al observador atento la realidad y el conocimiento del cuerpo humano. Su realidad, porque la actividad del cuerpo es momento esencial en la ejecución de los actos generadores de cultura: todo el cuerpo de Flaubert actuaba de uno u otro modo cuando Flaubert escribía Madame Bovary, y todo el cuerpo de Miguel Ángel intervino en la talla del Moisés. Nada más obvio. Y siendo así, ¿podremos considerar satisfactoria la descripción del cuerpo humano sin tener en cuenta que de su actividad pueden salir Madame Bovary o el Moisés? Hasta cuando se pretende que sea «puramente objetivo y científico» el conocimiento del cuerpo del hombre -por ejemplo: cuando un anatomista se propone escribir un tratado sistemático de su disciplina-, hasta entonces es ciencia natural y ciencia cultural el resultado de su empeño. El conjunto de sus descripciones será, en efecto, tanto producto de cultura como trasunto de naturaleza; necesariamente quedará ordenado por una idea descriptiva; y, como pronto veremos, la índole de ésta depende esencialmente de la cultura a que su autor pertenece.
En el conocimiento del cuerpo humano, en consecuencia, se funden unitariamente un saber científico-natural y, de modo más o menos perceptible, un saber cultural. Razón por la cual, si se aspira a ser completo, es imprescindible conocer cómo el saber y la estimación del cuerpo del hombre penetran y cobran forma en la cultura de todas las situaciones históricas.
Atengámonos por el momento a lo más general y constante de esa exigencia, y preguntémonos: ¿Cuáles son las líneas principales del conocimiento y la estimación del cuerpo en la trama de lo que solemos llamar «cultura» -el conjunto de las experiencias, creencias, recuerdos, esperanzas, dilecciones, aversiones, acciones y obras en que se realiza la vida humana-, y por tanto en todas y cada una de las diversas formas de ella? A mi modo de ver, esas líneas son seis: el común sentir y el saber del pueblo, la medicina, el pensamiento no médico, la literatura, las artes plásticas y la religión. Examinémoslas una a una.

 El cuerpo humano en la cultura popular

La atención del hombre se dirige con especial intensidad a as realidades y los eventos que vitalmente más le afectan e interesan: el ritmo de las estaciones y de la vegetación, las catástrofes naturales, el aspecto del firmamento, los animales de su entorno, los hombres que le son más próximos. Y puesto que el cuerpo es lo que nos revela la presencia de los demás hombres, la atención hacia él hace que cierto conocimiento y cierta estimación de su realidad sean parte importante en ese modo de la cultura que solemos llamar «cultura popular» o folklore; conocimiento y estimación enteramente ajenos a la ciencia cuando ésta no existía, y más o menos influidos por ella cuando -como desde los pensadores presocráticos hasta nuestros días acontece- el saber científico acerca del cuerpo ha tenido alguna existencia. Conocimiento y estimación «populares» del cuerpo humano revelan muchas pinturas rupestres; y por lo que a este respecto sucede en las sociedades civilizadas, recuérdese la propuesta de Freud a Charcot cuando junto a él trabajaba en la Salpêtrière: investigar si la localización de las parálisis y las anestesias histéricas tenía lugar según la anatomía del sistema nervioso que enseñan los libros científicos o conforme a un iletrado saber popular -en aquel caso: el vigente entre las clases proletarias de París- en torno a la composición y el funcionamiento del cuerpo humano.
Como en toda forma de cultura, la presencia del cuerpo humano en la cultura popular es consecuencia de dos actividades psíquicas distintas, el conocimiento y la estimación. La experiencia cinegética y culinaria, el influjo de la popularización de la ciencia y, en ocasiones, los restos de antiguas concepciones míticas, son las fuentes principales de ese conocimiento. Toda lengua posee un repertorio de palabras vulgares -bofes, asadura, mielsa, redaño, como nombres respectivos de los pulmones, el hígado, el bazo y el omento mayor; tantos más en el español campesino- para designar las correspondientes partes anatómicas; y con ellas una idea más o menos precisa y exacta acerca de la función de cada parte en el todo del organismo. Junto al conocimiento se halla la estimación, que puede ser muy grande (tal es el caso en los pueblos en que es intensa la atención al cuidado del cuerpo) o muy escasa (así en los grupos humanos en que, por la razón que sea, apenas importa ese cuidado).


El cuerpo humano en el pensamiento médico

Puesto que la enfermedad, incluso la que llamamos psíquica o mental, es esencialmente una afección del cuerpo, la atención hacia el cuerpo y su conocimiento son por necesidad parte muy central del pensamiento médico; en la anatomía y la fisiología tiene éste su primer fundamento, desde que, con los médicos hipocráticos, se hizo técnica la práctica de la medicina. Nunquam sine anatomica artem chirurgicam possidebis, proclamaba una inscripción en los muros de la vieja Facultad de Medicina de Madrid; y donde decía chirurgicam, con igual razón hubiese podido decir, más ampliamente, medicam. Nada más evidente.
Pero además de ser fundamento intelectual de la práctica médica, el conocimiento científico del cuerpo humano viene siendo parte importante de la cultura desde que la educación es el recurso supremo para la formación de «hombres cultos»; por tanto, desde la paideia de la Grecia clásica. En la historia del mundo occidental siempre se ha pensado que el hombre culto debe poseer un saber del cuerpo humano superior al vigente entre las clases populares y procedente, no de la tradición iletrada y folclórica, sino del que técnicamente han conquistado los médicos.
Por razones obvias, en el conocimiento del cuerpo perteneciente al pensamiento médico tendrá este libro la parte principal de su contenido.



 El cuerpo humano en el pensamiento no médico

Desde los pensadores presocráticos, esto es, desde que la mente humana se ha empleado en saber lo que las cosas son y lo que es el hecho de conocerlas, el conocimiento del cuerpo humano ha sido parte importante del saber filosófico. A veces de manera temática, cuando la antropología, el estudio científico de la realidad del hombre, ha sido objeto directo de la atención del filósofo. A veces de manera sólo incoada o sólo alusiva, cuando no ha sido éste el caso.
Formada en la misma situación histórica cada una de las siguientes parejas de pensadores, el cuerpo se halla más presente en la obra de Aristóteles que en la de Platón, en la de Alberto Magno que en la de Tomás de Aquino, en la de Tomás de Aquino que en la de Escoto, en la de Descartes que en la de Spinoza, en la de Locke que en la de Hume, en la de Condillac que en la de Kant, en la de Bergson que en la de Dilthey, en la de Husserl que en la de Cohen, en la de Scheler que en la de Nicolai Hartmann, en la de Ortega que en la de Croce, en la de Zubiri que en la de Heidegger. Aunque sea muy sumariamente, habremos de estudiar el por qué y el cómo de estas diferencias.
Apenas parece necesario indicar que el saber anatómico y fisiológico de los filósofos -y, como el de ellos, el de los sociólogos, psicólogos y ensayistas- procede casi siempre del que los médicos poseen y enseñan. Con todo, ha habido filósofos -Aristóteles, Descartes, Bergson, Zubiri- que han querido contemplar muy de cerca lo que a su lado hacían los científicos del cuerpo humano.



El cuerpo humano en la literatura

Diverso en riqueza y en estimación, según los autores, raramente falta cierto conocimiento del cuerpo humano en las obras literarias; por lo menos, cuando su tema es, en cualquiera de sus posibles manifestaciones, la vida real del hombre. Hablar de las hazañas bélicas de Aquiles, describir las andanzas caballerescas de don Quijote, mostrar el largo drama moral de Raskolnikov o presentar la cambiante existencia de Julián Sorel, no son tareas que puedan llevarse a cabo sin nombrar tales o cuales partes de su cuerpo y, por consiguiente, sin poseer alguna idea de lo que en el cuerpo hacen y sin albergar alguna estimación acerca de lo que el cuerpo vale y significa.
El saber anatómico y fisiológico del literato y la actitud ante la realidad del cuerpo vigente en el mundo a que pertenezca -piénsese, por ejemplo, en la diferencia que a tal respecto existe entre el griego Homero y el medieval Dante- condicionan el contenido factual y la orientación estimativa de las menciones del cuerpo humano y de las alusiones a él existentes en su obra. Pero, siendo hombres originales sus autores, es lógico que las obras literarias muestren abiertamente o permitan adivinar interpretaciones y estimaciones propias de quien las compuso.
Algún ejemplo de ello habremos de ver.



 El cuerpo humano en las artes plásticas

Desde las pinturas rupestres y las más antiguas cerámicas hasta la pintura y la escultura de nuestros días, siempre el cuerpo humano ha sido el objeto principal de las artes plásticas. Los esquemáticos cazadores prehistóricos de la cueva de Alpera, las efigies de Assurbanipal y de Nefertiti, la Venus de Milo, los frescos de la Capilla Sixtina, la velazqueña Venus del Espejo y la goyesca Maja Desnuda, el Penseur de Rodin y las picassianas Demoiselles d'Avinyò, entre mil posibles ejemplos, son otras tantas representaciones del cuerpo humano en las cuales, junto al saber anatómico de su autor y a la estimación del cuerpo dominante en la respectiva situación histórica -helénica y clásica en el caso de la Venus de Milo, europea y burguesa en Rodin, europea y posburguesa en Picasso-, transparece lo que el cuerpo del hombre fue para el artista que las creó. A la hora de estudiar cómo el cuerpo humano fue entendido y valorado en cada una de las grandes situaciones históricas de la cultura occidental, necesariamente habrá de ocupar un primer plano su representación por los artistas plásticos.





El cuerpo humano en la religión

No hay religión en la cual no ocupe una posición central la preocupación por el destino transmortal del hombre, y en consecuencia por la suerte definitiva de su cuerpo; mas no todas las religiones ofrecen una misma representación y una misma creencia acerca de ese destino y esta suerte. Es muy distinta en ellas, por consiguiente, la actitud ante la realidad, la significación y el valor del cuerpo humano. Baste recordar la oposición que a este respecto existió entre el cristianismo primitivo y la gnosis, o, ya en la historia del cristianismo, la diferencia entre el menosprecio del cuerpo dominante en la espiritualidad de la Edad Media y la positiva estimación de él en la ascética moderna. Un motivo más, y no el menos importante, para el estudio de la presencia del cuerpo humano en la trama de cada una de las principales situaciones de la cultura.


martes, 17 de febrero de 2015

Presentación

Hola. Me llamo Vicent Tormo Sebastià, soy alumno de Ciencias de la Actividad Física y el Deporte en Valencia. En este blog voy a hablar sobre temas relacionados en la asignatura de Educación del Movimiento. Espero que os guste.
Un saludo